
Hay un oficio tradicional, artesano y de bellísima estética que me atrae desde la primera vez que vi surgir una pieza a partir de una húmeda pella de barro entre una siseante rueda de acero y la tranquila mirada de un alfarero. Ese primer contacto tuvo lugar en mi infancia durante una demostración de las que se llevan a cabo en las semanas culturales de los colegios. Aquel alfarero segoviano se llama Jesús Ángel. Hoy conozco a “muchos” más: Andrés, Javier, Óscar, Lucio, José Antonio, Jesús Manuel, Salvador, Santiago, otro Javier, Juan, José María, Ángel, un tercer Javier, Monona, Lola, Félix… entre alfareros y ceramistas, que no es lo mismo. La mayoría de Portillo (Valladolid).
Los que califico como muchos resulta que son pocos.
Los que califico como muchos resulta que son pocos. De los muy pocos que todavía atesoran el saber necesario para ponerse a la rueda y levantar una pieza. Algunos incluso ya están jubilados; o han cambiado de oficio.
La alfarería hasta hace medio siglo ocupaba a innumerables familias en toda España que se afanaban levantando, secando, cociendo en el horno, esmaltando y volviendo a cocer cazuelas, jarros, botijos, platos, ollas, barreños, etc., etc. Menaje que entonces predominaba en la práctica totalidad de los hogares y establecimientos hosteleros. La mayoría de estos alfareros que están todavía activos rondan los sesenta años y, probablemente, serán los últimos que abrirán cada mañana las puertas de sus respectivas alfarerías. Ninguno de los mencionados tiene relevo generacional, ni aprendices, en un oficio cuya curva de aprendizaje se extiende durante varios años de dedicación plena.
Cuando un saber se pierde la humanidad se hace más pobre.
La situación de riesgo de desaparición de todo ese saber centenario se da también en otros muchos oficios como la ebanistería, la forja, la guarnicionería, la cestería, tejedores… Cuando un saber se pierde la humanidad se hace más pobre.
Date el muy asequible lujo de disfrutar en casa de piezas únicas de uso diario
La causa raíz es evidente: la demanda de los productos creados por estos artesanos ha descendido drásticamente. Una inmensa mayoría de los consumidores prefiere comprar utensilios fabricados en lejanas fábricas e idénticos a los que tienen otros millones de personas en todo el mundo, en lugar de comprar piezas únicas diseñadas y creadas por artesanos de su entorno.
Date el muy asequible lujo de disfrutar en casa de piezas únicas de uso diario. No es lo mismo comer en una vajilla de Los Velasco, Monona o “Chusma” -por poner sólo tres ejemplos- que hacerlo en una anodina vajilla industrial. Ni la presencia, calidez y durabilidad de la madera maciza de una librería de Álvaro, o un armario de Julio, que los de sus alternativas industriales acabados en “melamina natural” y rellenos de virutas y pegamento.
Este artículo también ha sido publicado el 31 de enero de 2023 en la edición en papel del diario El Mundo de Castilla y León
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