En el desfile de noticias que sucesivamente van copando los medios de comunicación ahora toca algo tan viejo como el espionaje. “Esta vez” (yo creo que continuamente) a miembros de gobiernos de varios países europeos. Y no me refiero las investigaciones amparadas por un juez a políticos separatistas.
Cuando organizaciones o individuos espían a otros es, por definición, con el objetivo de conseguir información secreta para beneficio propio y normalmente contrario a los intereses de los que son espiados. La información obtenida suele ser utilizada para anticiparse a acciones, influir en la toma de decisiones, robar propiedad intelectual, etc. En definitiva: para perjudicar al espiado; pues de otro modo bastaría con preguntar amablemente por la información que se desea obtener.
Quiero llamar la atención sobre el espionaje tecnológico que sufrimos, y toleramos, la gente de a pie en nuestro día a día. Me refiero al que realizan continuamente algunas aplicaciones que instalamos a la ligera en nuestros teléfonos, pulseras que llevamos siempre encima, altavoces “inteligentes” con micrófono, servicios de mensajería y redes sociales gratuitas… Los datos que sigilosamente obtienen de nuestra actividad (ubicación, conversaciones, intereses, el modo de caminar, etc.) son los que muchas empresas tecnológicas compran, “anonimizados” dicen, para influir en nuestras decisiones de compra, de viaje, de voto, de vida… Su excusa es el falaz argumento de “hacer más fácil la vida de las personas”. ¡Y una leche!. En todo caso la
estratagema les da resultado pues gran parte de la población se deja “facilitar la vida” sin más reflexión.
Nos estamos dejando robar la voluntad sin poner una mala mueca siquiera.
Visto en modo macro, cada segundo están sucediendo millones de pequeños espionajes a individuos normales y corrientes con el objetivo de influir en nuestros millones de pequeñas decisiones para beneficio de las organizaciones y empresas que adquieren los datos espiados. Nos estamos dejando robar la voluntad sin poner una mala mueca siquiera. En una entrevista sobre tecnología a un empleado de una filial de Google le preguntaban si manejaba la domótica de su casa mediante un “altavoz inteligente”. Tras un instante dudando respondió “…es que… no me gusta tener micrófonos abiertos en casa”. Pues eso.
Sobre el tema del espionaje de alto nivel lo que transciende es sólo la punta de un iceberg inmenso. Tengamos en cuenta que cada país tiene, al menos, un servicio de inteligencia activo con su correspondiente presupuesto, programas de formación y espías infiltrados en otros países con misiones encomendadas. A quienes les interese el tema de los servicios secretos les puedo recomendar el programa “Código Crystal” de Radio 5.
Este artículo también ha sido publicado el 17 de mayo de 2022 en la edición en papel del diario El Mundo de Castilla y León
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