Diario El Mundo, edición de Castilla y León. 28 de abril de 2016.
Resulta indiscutible que la mayoría de los productos que se compran en un momento dado tienen características ligera -o radicalmente- distintas de los que se comercializaban anteriormente y también de los que se comercializarán después. Algunos ejemplos: los dispositivos electrónicos de este año han dejado pequeños a los de hace dos; los coches hoy a la venta son más inteligentes y deseables que los que compramos hace “sólo” cinco años; las máquinas del S.XXI son más productivas y rentables que las de los 90; enfermedades que antes eran incurables hoy se curan o se previenen con una vacuna…

De hecho, cuando nos planteamos adquirir algo el factor “novedad” puede ser muy importante. Basta ojear la publicidad y fijarse en cuántos “¡NUEVO!” podemos contar. El origen de esa atracción por “lo nuevo” es apasionante, pero centrémonos en la magnífica oportunidad que representa. Siendo más fácil vender algo que incluye diferencias respecto a lo ya habitual, este es un camino para vender más: introducir novedades en los productos que se ofrecen al mercado. Innovar.
La innovación es el camino no trazado hacia el siempre cambiante futuro
Pero, ¿a quien le corresponde innovar para poder ofrecer los productos y servicios que se venderán el próximo año?; ¿quien debe descabezarse y asumir el riesgo de que los cambios no gusten y el producto se venda menos que antes?. La respuesta es clara: tenemos que hacerlo aquellas organizaciones (los individuos que las integran) cuyo objetivo sea seguir funcionando al cabo de unos pocos años.
La innovación es el camino no trazado hacia el siempre cambiante futuro. Lo fácil y cómodo, a corto plazo, es quedarse en el lado de la innovación en el que nos movemos cuando paseamos por un centro comercial. Cuando elegimos y compramos un producto sucede algo relevante: quien adquiere el producto novedoso saca la cartera y paga, al tiempo que quien arriesgó e introdujo ese cambio que capta la atención del mercado imprime la factura y cobra; y los que venden “lo de siempre” miran. Dicho de forma más amplia, las empresas/regiones innovadoras venden e ingresan más, mientras que las empresas/regiones que no se arriesgan a innovar tienden a vender cada vez menos, ¡pero siguen necesitando gastar!
La innovación se está convirtiendo en el nuevo capital. Lo que impulsa el crecimiento en la actual economía del conocimiento es la capacidad de innovación, conjugada con tecnología y conocimiento.
¿En qué lado del mostrador queremos estar como individuo/empresa/región?, ¿qué estamos haciendo para conseguirlo?
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