
Me dice una médico que según ve entrar a un paciente en la consulta, por sus andares, aspecto, voz, tono – y supongo cientos de sutiles aspectos más – ya tiene hecha la mitad del diagnóstico.
La medicina está intimamente relacionada con la cercanía y el contacto físico. Por otro lado corren tiempos complicados para ello por el riesgo de contagio y propagación del omnipresente virus… Sinembargo la población sigue enfermando con las patologías “de toda la vida”. Se plantea una ecuación de difícil resolución mientras el tiempo corre contra los enfermos para los que, precisamente, el tiempo es crucial.
La COVID pasará y la parte sumergida del iceberg de los pacientes dejados a su suerte aflorará.
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Antes de opinar sobre lo que hay que hacer, voy a describir lo que no hay que hacer. De ningún modo hay que dejar de pasar consulta y atender a los enfermos graves o camino de serlo. Centros sanitarios vacíos, con celadores, auxiliares y enfermeras “de chufla” porque no hay pacientes no es lo que, como contribuyentes, esperamos de la sanidad pública. Tampoco hay que escatimar en equipos de protección para el personal sanitario; ni esconder la cabeza bajo el ala de la COVID y fingir que el resto de patologías se han puesto en pausa. No gestores de la sanidad pública, no. Lo urgente no es escusa para no atender, también, lo importante.
La COVID pasará y la parte sumergida del iceberg de los pacientes dejados a su suerte aflorará. Por no hablar de la sobremortalidad que ya se está dando, por ejemplo, en enfermedades cardiacas.
Lo que procede en el frente sanitario a corto plazo es dotar al personal de equipos de protección individual adecuados, remunerarlos como corresponde al esfuerzo extra que se ven obligados a realizar, contratar… Y, por supuesto, aprovechar las herramientas tecnológicas disponibles para mejorar la atención en aquellos casos en los que la visita a consulta sea, de verdad, prescindibe. Todo lo que sea necesario para seguir atendiendo a la población con la mayor normalidad posible.
Respecto al uso de tecnología “convencional” en la sanidad, no me cabe en la cabeza cómo es posible que yo haga una vídeo llamada – sin coste relevante – para charlar con mi padre sobre lo divino y lo humano en el mismo año en el que no puedo mostrarle a mi médico qué costilla me duele mediante una vídeo llamada a un sistema público de telemedicina… Por no hablar de los relojes que hacen electrocardiogramas, miden la saturación de oxígeno, etc, etc. Para quien piense que todo esto requeriría una gran inversión, voy a dar tres cifras: en Castilla y León hay aproximadamente 15 000 médicos colegiados (no todos en la sanidad pública), una “webcam” de gama media cuesta 50 euros y la cuota mensual de un sistema de vídeo llamada profesional, como los que usamos en las empresas, costaría unos 10 euros al mes por cada médico… Ahí lo dejo.
Este artículo también ha sido publicado el 10 de noviembre de 2020 en la edición en papel del diario El Mundo de Castilla y León
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