En el transcurso de una conversación reciente alguien me planteaba lo bueno y agradable que sería para mi -como empresario- tener la certeza, la seguridad absoluta, de que cada mes, y cada año, todos los frentes de la empresa fueran a funcionar bien, sin problemas relevantes, sin tensiones de tesorería y con una rentabilidad razonable. Sin posibilidad de fracaso empresarial…
La imposibilidad de que se den esas circunstancias utópicas es evidente. De hecho, su imposibilidad está garantizada por el segundo principio de la termodinámica; este es uno de los más importantes de los que rigen el Universo. Esta ley es la responsable de que el grado de desorden (entropía) en un sistema cerrado tienda a aumentar y que para restablecer la cantidad de orden sea preciso aplicar energía y en el proceso se cree más desorden -típicamente en forma de calor- como subproducto. La explicación teórica es extremadamente compleja, pero el concepto se entiende: la tendencia de todo es hacia la degradación (reversible o irreversible) y restaurar el orden requiere aplicar energía. Que me disculpen los físicos el atrevimiento de semejante simplificación.
Por otro lado, todo lo anterior puede tener un efecto positivo en nuestra existencia. Ser consciente de la posibilidad de fracaso a la hora de llevar a cabo cualquier empresa, tarea o actividad genera un estado de tensión y alerta que favorece la comprensión del entorno y estimula la toma de decisiones razonadas que facilitarán alcanzar el objetivo con éxito (resultado feliz, según la RAE). En ocasiones buscamos este efecto positivo provocando posibilidades de fracaso, de que las cosas salgan mal: cuando nos tiramos en paracaídas, hacemos barranquismo, practicamos montañismo, hacemos turismo por una zona peligrosa o poco recomendable, etc. En esos casos vamos buscando el bienestar que genera que las cosas salgan bien habiendo podido salir mal (casi siempre dentro de un orden controlado).
También sabemos que cuando hay muchas probabilidades de fracasar y pocas de tener éxito las circunstancias nos pueden superar con efectos indeseables que todos hemos sufrido y conocemos.
Finalmente, encontrarse en la situación de que cada día es igual que el anterior y que el siguiente, sin grandes posibilidades de los percibamos como mejores ni peores, tampoco es el mejor aliciente para tener un estado de ánimo dominado por la alegría.
Un poco de incertidumbre ayuda, en exceso bloquea y nada aburre. La vida misma.
Este artículo también ha sido publicado el 25 de julio de 2023 en la edición en papel del diario El Mundo de Castilla y León
José Aníbal Saquero Sanz dice
Tener siempre éxito y querer que aquello que hagamos nunca pueda fracasar es una idea irracional: el fracaso siempre acompañará, en algún grado, al éxito. A veces no habrá fracaso y a veces parte o todo podrá no salir bien.
Que la posibilidad de fracaso estimula es un hecho: es el reto de que las cosas salgan bien lo que nos hace mejorar y si no salen, la retroalimentación que se generará me servirá de aprendizaje.