Sin ningún género de duda, el balance neto de los efectos de la actual pandemia de COVID-19 es netamente negativo. Aún sobre esa base, es necesario y conveniente reflexionar y destilar aquellos aprendizajes que nos serán de utilidad en el futuro.
Muchos de los que vivimos en zonas rurales, hemos pasado la segunda parte de los meses de confinamiento con un estilo de vida más o menos similar al habitual. Quizás la mayor alteración haya sido la gestión en casa de los niños en edad escolar, especialmente durante las horas de teletrabajo. En el caso de los municipios más pequeños –solo en Castilla y León hay dos mil pueblos con menos de mil habitantes– el día a día apenas se vió modificado.
Lo anterior cualifica como una ventaja más de ”la vida en el pueblo” y ¡amigo! no han faltado quienes, conscientes de ello, se han agarrado a cualquier excusa para improvisar un cambio de escenario a toda prisa. Algunos de ellos –pocos– se quedarán definitivamente y, los más, retornaran en busca de su anterior estilo de vida “urbano, cosmopolita, a un paso de ¡la boca de metro! y a solo una hora del trabajo”.
Si sumamos el efecto catártico del confinamiento, la tecnología que a muchos les permite trabajar desde una aldea con fibra óptica, y que este movimiento tiene nombre desde hace 80 años – neorruralismo– ya tenemos el impulso que muchos necesitaban para dar el salto y dejar de vivir amontonados.
A medio y largo plazo, tras un necesario periodo de replanteamiento de las prioridades vitales y toma de decisiones, sí que veremos un incremento en los movimientos migratorios de la ciudad al campo con vocación de permanencia. El mercado inmobiliario ya denota un cambio de mentalidad en aquellos interesados en comprar: hay un incremento en la demanda de viviendas unifamiliares en el extraradio de las ciudades, viviendas con patio o jardín y –en definitiva– un lugar donde pasar con cierto desahogo físico un posible nuevo confinamiento.
Cabe esperar algunos desencuentros entre lugareños y nuevos vecinos para los que debemos de prepararnos y afrontar de forma constructiva. La clave es, y será, la integración respetando los usos y costumbres de cada lugar sin dejar pasar la oportunidad de compartir –que no imponer– aquellas ideas, costumbres, modos, etc. que pudieran ser beneficiosas para la comunidad.
Este artículo también ha sido publicado el 28 de julio de 2020 en la edición en papel del diario El Mundo de Castilla y León
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