Diario El Mundo, edición de Castilla y León. 28 de junio de 2016.
En una empresa permanentemente están sucediendo cosas que están relacionadas entre sí de una forma más o menos directa. Algunas son fácilmente detectables y medibles (como la apertura de una válvula o la recepción de un pedido) y otras son mucho más imperceptibles (como el incremento en un 2% del consumo de un motor, la humedad del suelo en cientos de hectáreas, etc).
Independientemente de su magnitud y de la facilidad para su identificación, todos los cambios que se producen continuamente en los procesos de las empresas influyen en sus resultados. Los que tienen mayor magnitud se detectan fácilmente y se suele reaccionar a ellos con celeridad. Pero, ¿qué hay de esos “goteos” de ineficiencia que nunca causan una inundación pero que, al cabo del año, suman un impacto para nada desdeñable?
Las personas contamos con capacidades sobresalientes para identificar cambios, analizarlos, memorizarlos y tomar decisiones a partir de la información a la que nos dan acceso nuestros sentidos y capacidad de memoria. Pero hay mucha más información disponible que la accesible y “recordable” en cada momento. Por otro lado, nuestra capacidad sensorial funciona especialmente bien si percibimos in-situ lo que está sucediendo. En el complejo mundo actual es inviable recibir información de primera mano de todos los aspectos que influyen en la productividad y rentabilidad de una máquina o proceso medianamente complejos. Ya contamos con herramientas -cada vez más eficaces pero muy dependientes de personas “informando”- para recoger y utilizar información en la toma de decisiones. Esta intervención humana en la captación, transporte y análisis de la información no es suficiente ante la creciente exigencia de velocidad a la hora de decidir. Ya no vale tomar decisiones en una reunión diaria/semanal, hay tantas decisiones que tomar como cambios suceden a lo largo de un minuto.
¿Por qué es necesario tomar decisiones cada vez más rápido y a partir de más datos más dispersos?: principalmente por la globalización de procesos y de mercados, por la exigencia en plazos de los consumidores y por la imparable tendencia de la personalización en serie o “mass customization”.
Aquí es donde aparecen los beneficios de la digitalización: los pedidos de clientes (con todas las opciones elegidas para el producto), el estado de las máquinas, los consumos de energía, etc; TODO se convierte en “un número” que viaja a la velocidad de Internet de unas partes a otras del mundo para ser aprovechado en la toma de decisiones -ahora ya automatizables- minuto a minuto.
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